Le premier jour de ma danse
Chaque fois unique
Le mouvement de tes lèvres
Chaque fois unique
Le soleil derrièrre tes yeux
Chaque fois unique
Je pense dans un rivage
Dans les bordes de ton sein
Chaque fois unique
La fin du monde
Cerebral-místico-palaciano. «Do not go gentle into that good blog»
No se puede responder. No se puede responder. No se puede responder. 4) No se puede responder.
No se puede responder. No se puede responder. 3) No se puede responder. No se puede responder.
La estrangulé. La estrangulé con una corbata roja a pintas blancas. Después la poseyí. ¡Lo costosas que han sido estas nupcias! Oh madre, oh madre, oh madre. No se puede responder. 2) No se puede responder. No se puede responder. No se puede responder. Papá mírame a los ojos. Cuando tenga una casita blanca, completa-blanca, juro que no la mancharé de sangre. Me cuidaré bien de hacerlo. Será una casita blanca perfecta sobre una loma verde y yo. Yo no asesinaré a nadie ahí. Salvo algún descuido o desliz. Este liz. A nadie ahí asesinaré. Matar es un disgusto. No mataré entonces en la casita blanca como la leche. Allí no habrá ninguna salpicadura de sangre, ningún huesito con la huella de mis dientes. Ni la gillette estará oxidada por causa oscura, ni nadie me vendrá con frases de cordel, el cordón de la cortina, la corbata. Cortar. Ni la frase ni el calibre de la frase. Tírale bajo, a las piernas no más alto. No haré nada malo allí. Matar. Por favor. No mataré a nadie más nunca más. Aunque no me den esa casita blanca. Puede ser simplemente un techo, aislado, desplazable, un sombrero, sí, un pedazo de poste común para apoyar la espalda. No. No mataré a nadie más. Concha. A los que aman a los locos y a los asesinos, yo digo, yo les enseñaría a andar amando. Dádmelos. Sí. No mataré a nadie más, me cortaré las manos antes de hacerlo. No voy a matar a ningún niño más por tentador que sea su cuerpiño: a ningún niño. Matar es un disgusto.
¡Matar, matar, matar es un digusto!
1) No se puede responder.
Papá, papaz, papaí, paisá, paisagrí. Paz y tardanza. 0) No se puede responder. Pero ya dije que no mataré nunca más a nadie. Chorreante de lágrimas cuando recibí el telegrama lloré como un. Un loco. Tíó Bewrkzogues ha muerto. Lloré. En el estilo más chileno. La muerte la tiene con otros. Yo corazón planchado en oro y guasca trenzada. El ex yo paradito y disimulado. Pero no: no mataré nunca más. Abrieron el celular a la mañana. Abrieron otro celular. Del segundo abierto bajaron las mujeres. La moda era de cadenas arrolladas a la cintura. Bajaron del celular tintineando las cadenas, tin tin desde temprano. El primer abierto era de hombres. Bajaron. Y aquí estamos. Era eso. Allá él el que lo enfrente. Si éste es Pepe, perfecto: éste es Ramón. Cosa cosa, evidente. Dos y uno para el descarte. Mujeres con conchas. A una fila. Otra fila hombres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .un vigilante hijogris. Cree que así debe ajustarme las esposas. Me lastima las muñecas inú
tilmente. Con un poco nomás basta. La cárcel tiene sus ventajas. Es preferible la cárcel estable a andar rondando de comisaría en comisaría. La ciudad no es cruel. Sólo un imbécil puede quejarse de una ciudad organizada. Todo está perfecto. Quiero estar solo en la casita blanca. Que no me dejen a nadie para no caer en la tentación. O sí, a muchos. Aunque no hay muchos. Ni uno.
Oh madre, el casamiento debió resolverse en el simple civil, seguido de un almuerzo entre los íntimos. Pero tú te obstinaste en las modas que tú llamabas modas napoleónicas. Te quitaste la sandalia de oro y adelantaste tu piecito para que yo lo besara, temblando. Tú te obstinaste. Sonreías en lo alto y yo crujía en lo bajo, luchando con la incomodidad de mi ropa de gala, el maldito espadín, la congestión de todos mis rasgos. Me puse a fumar, hice humo, y tú diste la orden de enganchar los caballos, a la moda, ibas con los pezones al aire, con el tul rozando. Oh madre. ¿Por qué has hecho nupcias tan costosas si tu hijo no puede permanecer erguido frente a ti?
La cantina estaba llena. Me quedé frente al micrófono con la boca abierta, sin poder cantar ni entender. La cantina estaba llena. No se puede responder. Preguntándome en otras ocasiones qué hacer cuando no había. Nada que hacer. Quedarse en aquella cocina distante mirando por la ventana distante, mirando dos árboles en ojiva. Quedarse todos los instantes sin nada que hacer, no se puede responder, no se puede responder. Cada canto tiene sus grietas. Es el cantor el que se pierde, pero. No se puede responder. La cantina estaba llena. Tercera Parte, Capítulo XII. En El Fiord se lee, sorpresivamente: «Entonces apareció mi mujer». Entonces se lee. ) No se puede responder. Padre nuestro que estás en los cielos, esquizofrénico, yo por mí no hubiera matado, fue por los otros: yo era demasiado extrovertido. La portera pretendió prohibirme la entrada a mi propia casa, cosas que a mí me pasan. Luchamos junto al ascensor. No quería dejarme entrar a mi propia casa. Echado de mi casa, expulsado hasta la desolada esquina opuesta, pensé, llegué a pensarlo: si me echa no vuelvo nunca más a esta casa. Padre cerdo que estás en la mierda, tu lugar si allí te veo almibarado en grumos, yo por mí hubiera matado a los otros, no a mí mismo, quieto basta. Pero me retraje. Introvertido. Papá mímame los ojos No se puede responder o se puede responder se puede responder e puede responder puede responder uede responder ede responder de responder e responder responder esponder sponder ponder onder nder der er r
Novena Parte. Capítulo III. En la novela, el marqués de Sebregondi dijo: «¿Y Dios es éste, este pendejo que por haberse metido en el Liceo Militar va a salvarse de la colimba?» Dijo, y se sintió justificado en su homosexualidad –activa– y confirmado, conforme en su extrema, cada vez más extrema necesidad de droga. Paciencia, dijo. Culo y terror. Tenía un pene digital, falangíneo. Ortopédico, un aparato brilloso le servía de mano: se la habían cortado. Anduvo por ahí y anduvo por aquí. Bulineando y otras cosas. Se lo recibió primero en familia, hasta que apareció que era un guacho. Tanteó. Hizo su cuento. Lo apartaron. Conocía algunas cosas de cirugía y se metió en las bandas, operaba. Heridas de bala. Allá él, allá su muñón. Aquí. Matar es un disgusto.
Y dificultades en la defecación y en la eyaculación, una pasta verde. Y yo no hablaría así de política. E1 tío Bewrkzogues se baja los pantalones. Es un día de mayo en la caliente Europa. La hierba crece. El tío Bewrkzogues yace. Dar siempre en la tecla como le corresponde a todo europeo: para algo inventaron la tecla. La hierba crece: otra vez. El tío Bewrkzogues se baja los pantalones y espera a los mocetones que vuelven de las eras. Cuando vengan nos perderemos la escena...
Gitano, gitano... ¡Gitanillo!
Consideré también altamente absurdo cómo están organizadas sobre esta Tierra las cuestiones del sexo. Pues todas las muchachas hermosas deberían estar desnudas, de espaldas, atadas con gruesas cadenas, y con los muslos abiertos, totalmente abiertos. Entonces se las podría azotar sin piedad.
Pero no hay organización alguna. Al menos mientras las estrellas no nos expliquen todas sus distancias reducidas a entre ambas manos, y al menos mientras los obispos no vistan del verde de los musgos de los pantanos sosegados.
Nada de lo anotado es arbitrario. Entre esos tres elementos –muchachas atadas, estrellas y posibles obispos vestidos de verde- he visto siempre una filiación absoluta. Prueba de ello es que no he puesto otros elementos sino los anotados. Ahora bien, que yo, hoy día y hasta hoy desde 42 años, no pueda desmontar y luego explicar con claridad de cerebro bien organizado tal filiación, no es prueba alguna de su no existencia. Debe pensarse que tampoco puedo dilucidar cada uno de los elementos que la forman. Sin embargo, nadie duda de su realidad. Desafío a quien sea a que me desmonte y explique una muchacha aunque él mismo la haya atado. Desafío una explicación convincente sobre las estrellas aún si se dispone de todos los telescopios del mundo, pues los telescopios mismos necesitarían una explicación ya que sólo existen por la explicación abstracta que antes el cerebro fabricó. Desafío a cualquier humano a que tome a un obispo, le quite sus vestimentas habituales y las reemplace por las de un tono exacto al verde de los pantanos sosegados. Luego que se siente frente a frente del obispo –que fume o no fume, absorba o no rapé, me es igual-, y con voz nítida me explique lo que realmente acaba de suceder. ¡Desafío! Y, por otro lado, que se presente quien dude de la existencia de muchachas, estrellas y obispos. Por mi parte, espero alguna vez explicar todo esto debidamente. Sigamos, pues, con las cuestiones del sexo.
Podrían tener solución más rápida. Sería ella si pudiésemos encontrar placer en hacer el amor con largas tiras de terciopelo. Esto tampoco es arbitrario. Puedo rehacer aquí una argumentación semejante a la anterior. Pero esto me quitaría mucho tiempo y es necesario, es urgente, que pronto, antes que termine el grito de esa mujer que goza, es indispensable que todos los hombres bien nacidos, todos cuantos nos emocionamos ante las voces de Patria y Virtud, es impostergable que luchemos tenazmente en contra del vicio del alcohol.
Mas para esto hace falta un muchacho esbelto, moreno, de ojos claros, que vestiríamos con una malla muy ceñida de color corteza de almendra y que tocaríamos con un gran sombrero, un sombrero planetario, el sombrero en sí mismo y en su total grandeza. ¡Oh qué magnífica, oh qué soberbia cosa es un sombrero!
Yo, aquí en casa, tengo diez y siete. Juro solemnemente que hace ya nueve años que jamás me he acostado sin antes haber orinado varias gotas sobre cada uno. Luego cojo un pequeño fusil de salón y hago fuego sobre los diez y siete, uno tras otro. Volvamos al muchacho.
¡El sombrero inimaginable!
El muchacho debe esperar algunos minutos.
He tomado un cajón parafinero, de madera bruta. Tiene cinco costados. Es decir, tiene un hueco que cubro con un vidrio para que no se pueda tocar lo que hay dentro, pero sí, se pueda ver. Listo.
Hay a un costado cinco botellas que crecen de tamaño a medida que se alejan del vidrio. Al otro lado hay otra cinco iguales. Se juntan al fondo, así:
Símbolo expresado:
Bajo la influencia de los vapores alcohólicos todo lo vemos color de rosa, como una rosa. De ahí la rosa.
Pero la rosa es artificial.
Nada de lo que vemos color de rosa tiene, de verdad, tal color. La vida sigue. La vida es negra.
De lo alto, sobre la rosa, cuelga de un hilo, una tarántula velluda. Así:
Símbolo expresado:
Las tarántulas, sobre todo las velludas, son repugnantes, asquerosas, infernales. A eso lleva el vicio del alcohol: a convertirlo a uno en un ser repugnante, asqueroso e infernal.
No se olvide que la tarántula queda sobre la rosa.
Símbolo expresado:
La verdad está sobre la mentira.
Cada cual puede hacer esta construcción simbólica en su propio domicilio. Pero, si se quiere que alcance a las masas, hace falta algo más:
¡El muchacho!
Y el sombrero.
El muchacho con su sombrero debe colocarse tras el cajón y el cajón debe colocarse al centro de una plaza pública. El muchacho debe ponerse a gritar:
-¡Acudid! ¡Acudid!
Entonces, sí, acudirán las masas y, al ver todo aquello, huirán para siempre del vicio del alcohol.
Si los hombres no bebiesen, tal vez habría posibilidad de atar algunas muchachas y azotarlas. Así las estrellas podrían seguir su camino, los obispos seguir con sus sotanas habituales y las tiras de terciopelo no temer violación alguna.
Pero hace falta el sombrero. Recibiré todos los modelos que se me envíen.
Anoche oí el grito ronco de una mujer que gozaba.
Luego sopló el viento. Se lo llevó todo. Se llevó un obispo que depositó, tras ocho siglos de vuelo, en medio de la Vía Láctea.
Ese obispo puede ser allá nuestro representante en la lucha tenaz en contra del vicio del alcohol. Sólo que..., hay que buscar medio de enviarle cuanto antes un muchacho esbelto, moreno, de ojos claros. El allá se encargará de vestirlo como sea necesario. Acaso, dado el clima, con arena.
Como sea, ¡hay que luchar! Al fondo -¡no lo olvidéis!- están las muchachas atadas con cadenas. No lo olvidéis: ¡podréis azotar sin piedad!
Anoche oí el grito ronco de una mujer que gozaba.
Un momento después me tomé una copa de alcohol puro. Y lloré sobre las desventuras que afligen a mis semejantes.
Luego tomé una copa de whisky. Lloré sobre cuanto tienen que sufrir, a causa de mis semejantes, los animales y las aves de nuestro planeta.
Luego tomé una copa de pisco. Lloré por los reptiles, los peces y los insectos.
Luego, una copa de vino. Lloré por las flores, las hojas, los frutos, por las raíces que se entierran suelo abajo.
Por fin tomé un vaso de cerveza. Y lloré por nuestros hermanos, nuestros tiernos y dulces hermanos que no hablan, que no crecen, que no fornican: los minerales.
Entonces me encomendé al obispo de la Vía Láctea y le imploré tuviese a bien pedirle al Sumo Hacedor hiciese caer sobre la Tierra una lluvia abundante de agua de Su Reino o de las simples nubes si el tedio en aquel instante lo dominaba.
Llovió.
Estiré ambas manos juntas. Me incliné sobre ellas. Bebí, bebí agua, agua inocente y celeste.
Apareció Pibesa, lenta, regular, sobre sus empinados taconcitos rojos.
Sonriente, se dejó atar con cadenas gruesas.
Desnuda, clara, lejos de toda sombra de alcohol. Clara diáfana. Su cabellera de oro viejo y oscuro; su sexo de oro vibrante. Sus pies con las dos largas gotas sangrientas de sus taconcitos. Las cadenas mudas.
La azoté sin piedad.
La azoté con el látigo hecho de cuero de potro. Un potro manso y sosegado. Aquel que, cuando yo niño, muy niño, me paseó con tranco lento por sobre el primer cerro que veía.
La azoté más y más.
Entonces todo el barrio, todo Santiago, todo Chile, toda América oyó, en medio de la noche, el grito ronco de una mujer que gozaba.»
«Cuando Lisa me dijo que había hecho el amor
Con otro, en la vida cabina telefónica de aquel
Almacén de la Tepeyac, creí que el mundo
Se acababa para mí. Un tipo alto y flaco y
Con el pelo largo y una verga larga que no esperó
Más de una cita para penetrarla hasta el fondo.
No es algo serio, dijo ella, pero es
La mejor manera de sacarte de mi vida.
Parménides García Saldaña tenía el pelo largo y hubiera
Podido ser el amante de Lisa, pero algunos
Años después supe que había muerto en una clínica psiquiátrica
O que se había suicidado. Lisa ya no quería
Acostarse más con perdedores. A veces sueño
Con ella y la veo feliz y fría en un México
Diseñado por Lovecraft. Escuchamos música
(Canned Heat, uno de los grupos preferidos
De Parménides García Saldaña) y luego hicimos
El amor tres veces. La primera se vino dentro de mí,
La segunda se vino en mi boca y la tercera, apenas un hilo
De agua, un corto hilo de pescar, entre mis pechos. Y todo
En dos horas, dijo Lisa. Las dos peores horas de mi vida,
Dije desde el otro lado del teléfono. »
Às vezes, acontece. Já me habituei. É que o meu olho direito tem a mania, julga que é génio, (muito embora seja de vidro) e - volta e meia - exige que lhe caia uma pestana só para que lhe peçam desejos. Mas na maior parte do tempo reduz-se à sua inoperância e deixa-se estar sossegadinho.